La vida está llena de implacables cambios y no siempre son para bien.
El que vence es siempre el que es firme en sus ideas y constante en sus actitudes.
Nacemos sin ideas propias. Nuestra mente se va llenando poco a poco de las ideas de los demás, nos influyen nuestras familias, nuestros profesores, nuestros amigos… Y a cada vuelta de rueda de la vida nos vamos afianzando en las que consideramos nuestras propias ideas y por consiguiente nuestros propios valores.
Dicen que elegir es saber. Yo diría que no siempre el que elige sabe lo que elige, puesto que no nos adjuntan un manual de cómo hacer las cosas bien cuando nacemos. Pero lo importante es intentar elegir lo que consideramos mejor para nosotros y nuestro entorno y saber llegar al final habiendo cometido un mínimo de errores.
El primer cimiento de nuestros valores es siempre el que construyen nuestros padres, ellos nos aportan los que consideran imprescindibles para nuestro devenir por la vida, casi siempre basados en el respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos. Pero nuestro transitar día a día, contra viento y marea, por esta sociedad que nos ha tocado vivir, hace que también esa especie de chatarra ambulante con la que se nos bombardea continuamente tratando de cambiar nuestros valores consiga cambiar de vez en cuando alguno de ellos.
Creemos firmemente que eso no nos puede alcanzar, pero más de una vez nos equivocamos, nuestra confianza en nosotros mismos no debe ser ciega, puesto que al fin y al cabo somos humanos, y como tales estamos predispuestos a confundirnos más de una vez. Cuando esa creencia conseguimos asumirla como amovible quizá si estemos en disposición de ser más coherentes con nuestros pensamientos y lo que llamamos “nuestros valores”.
Los afortunados consiguen seguir adelante por el camino correcto, mientras que los más desafortunados nunca terminan de aclararse con sus ideas.
Actualmente, y debido a los avatares por los que pasa esta sociedad, nuestros valores más ancestrales han ido cambiando irremisiblemente, y por desgracia no para bien. Atrás quedaron el respeto, la cortesía, la bondad, la generosidad y tantos otros que yo consideraría imprescindibles para el ser humano y sus relaciones con los demás. Aún así soy mujer de fe y confío en que no todo esté perdido y que más tarde o más temprano la gente se irá dando cuenta de que éste no es el camino correcto y volverán a mirar atrás y a recuperar tantas cosas buenas dejadas al borde del mismo en nuestra prisa por “prosperar”